Qui êtes-vous? C'est moi, mon amour... II

-¿Tienes miedo, pequeña?- me preguntó, con un singular acento, mientras me acariciaba dulcemente una mejilla.

No contesté, simplemente le miré con ojos de gato asustado. Su mirada se tornó tierna, y ya no sentía aquel magnetismo sexual que le rodeaba cuando me llevó hasta su cama. Dejó de apoyarse en su brazo y se tumbó completamente, mientras con uno de sus dedos dibujaba cada rasgo de mi cara, la nariz, las cejas, la frente, los pómulos, las mejillas, los labios, la barbilla, su hoyuelo...Hasta que se paró en las orejas, donde me agarró de forma delicada con dos dedos de su mano el lóbulo, comprobando su suavidad...Lo blandito que era aquella parte de la piel, jugando a retocerla un poquito mientras yo esbozaba una sonrisa tímida.

Suspiró y pasó ahora hacia el pelo, donde comenzó a rebuscar algo inexistente en mi pelo sin ni siquiera tomarse la molestia de buscarlo con los ojos, que permanecía puestos sobre mí, al acecho de cualquier gesto que le diese la oportunidad de abalanzarse hacia mí. Me gustaba aquella sensación, que parecía una especie de masaje, revolviendo, despinando, como si fuera una brisa acariciando mis cabellos, cerrando mis ojos como si me quedase dormida...Pero aquellas caricias inocentes dejaron de serlo de pronto...

Aquella mano comenzó a deslizarse por mi cuello, casi haciéndome cosquillas de la sutileza de sus dedos, después delineó el esternón exageradamente marcado debido a lo extremadamente delgada que me encontraba en aquella época. Entonces, bruscamente, le aparté la mano de una bofetada y me apreté fuertemente el cuello del camisón contra mi pecho con las dos manos, encogiéndome en mi misma y cerrando fuertemente los ojos, como si tuviera miedo de alguna reacción violenta hacia mí.

Noté como con sus manos me acercaba hacia su cuerpo, en forma de abrazo y me besó la frente, cosa que me tranquilizó. Le miré y entonces él me dió un beso leve en los labios, como si hubiera sido aquello un impulso y al notar lo que había hecho, se hubiera arrepentido en el último momento y así despegara sus labios de los míos. Me quedé en shock, pues aquello fue algo nuevo para mí, la sensación más que nada, porque en los labios ya me había dado piquitos con mis compañeras del horfanato a modo de mostrar nuestro cariño y amistad.

Fue algo tan sexual y contenido, que me sentía confusa y sin saber qué hacer. Poco a poco, mis manos se fueron desprendiendo de la tela del camisón, como ofreciendo mis pechos en sacrificio, por el placer que nos envolvía en una especie de aura erótica, niña y hombre, el primer encuentro de los cuerpos, fusión de carne, sudor y respiraciones agitadas, fluidos intercambiados y almas que se encuentran en una luz final en medio de aquella oscuridad de agitaciones.

Entonces, como si nos lo hubieramos dicho todo sin pronunciar palabra alguna, metió su mano por debajo del camisó, comenzando a explorar mi virginal cuerpo. Comprobó la redondez de mis caderas, la ligera curva de mi vientre, que empezaba en mi ombligo y acababa en el puvis, los pequeños pechos, que se hinchaban con sus caricias, como si fueran vistosas flores al ser acariadas por los primeros rayos del sol...El camisón acabó por los aires mientras el me miraba maravillado, como si hubiera encontrado un tesoro, resplandeciente, que le iluminaba la cara, con expresión ambiciosa y estuviese a punto de echar mano a unas joyas y lanzarlas sobre si mismo.

Se apegó a mí, besándome el vientre, lamiéndolo, agarrándome fuertemente por la cintura para que no intentase escapar, las lágrimas que caían por el rostro de emoción, de sentirse amada y deseada, sensaciones de gozo y culpabilidad enfrentadas...Él se elevó y comenzó a quitarse el batón de andar por casa, la corbata, el chaleco, la camisa...Hasta que quedó desnudo, con el miembro en su máximo apogeo. Se lanzó contra mí y me besó con fuerza y violencia, como si no pudiera aguantar más, saboreó mi cuello y mis pecho, mientros yo yacía inmóbil encima de las sábanas blancas, aún sin revolver.

Me miró a los ojos, y comprendió que aquello era demasiado para mí, para una sola noche, abría que conocerse más y se acostó a un lado mío, abrazándome y con su cabeza sobre mi pecho, mientras yo le acariciaba el pelo, hasta quedarnos dormidos...A pesar de todo aquel juego de seducción que me asustaba, pues tenía miedo de que me doliese, no fue más que el comienzo de mi amor hacia él, pues fue compresivo y estaba dispuesto a esperar lo que fuese, con tal de que no estuviera ansiosa...Su ternura fue lo primero que me cautivó y ningún hombre jamás me convenció de tal manera...

Qui êtes-vous? C'est moi, mon amour... I

Dos almas que se encuentran en la oscuridad de la noche y un lío de sábanas blancas... Aquella imagen me recuerda lo que viene después, un amor no consumado, pero que se devatía dentro de nosotros por salir, por explotar de pasión...

El rostro de aquel hombre se me quedó clavado en mi mente mientras la sirvienta se encargaba de desvestirme, dejando las ropas en un cesto que tenía preparado...Yo me sentía mirando hacia el vacío, como ida, como si la imagen de aquel, el del primer hombre joven que conocía, me dejara absorta en divagaciones y fantasías, recordando a modo de película cinematográfical, cada gesto, cada movimiento, que se repetían una y otra vez las mismas escenas... Me tuvo que llevar en brazos hacia la bañera, repleta de agua caliente, pues mis músculos eran incapaces de moverse, aunque tirasen de mí para arrastrarme...

Se puso la piel de gallinar al primer contacto de mi cuerpo con el cálido vapor que desprendía la bañera. Me lavó con conciencia, mientras mi cuerpo se dejaba manipular libremente, un brazo por aquí el otro por allá, levántate un poco querida, cierra los ojos para que el jabón no se te meta... Así hasta que por fin salí del agua, esplendorosa en mi desnudez, con la piel sonrosada del calor del agua, mientras la sirvienta me secaba cada rincón de mi cuerpo con una toalla blanca.

Me preguntó amablemente si quería algo de comer y la dije que no, sin agradecerla su proposición. Me puso el camisón y me acompañó una habitación, donde me ayudó a acostarme y me arropó como si fuera una niñita y ella mi mamá. Solo deseaba que se fuera cuanto antes, que apagara la luz y cerrase la puerta, que me dejase sola en la oscuridad. Esperé unos minutos, quien sabe cuántos minutos fueron perdidos en aquella cómoda cama, hasta que escuché el ruido de una puerta al cerrarse al fondo del pasillo.

Me levanté cuidadosa de que él leve sonido de las sábanas no se oyese, de puntillas me deslicé por la habitación, con precaución abrí la puertal, intentando no producir ningún sonido sospechoso, observando en la oscuridad del pasillo, iluminada ligeramente por una luz que salía por debajo de una puerta, al fondo, la creí haber escuchado antes de salir de mi habitación. Cerré la puerta de mi provisional habitación y me dirigí hacia aquella puerta, que con su luz me llamaba...

La abrí la puerta y me introducí, brusca de emoción, y cerré la puerta sin darme cuenta de había hecho bastante ruido. El hombre, que se encontraba sentado en un gran sillón rojo, dirigido hacia una pequeña chimenea encendida ligeramente, fumando tranquilamente y casi ensimismado. Se dió la vuelta sentado y me miró de arriba abajo, con una tranquilidad inquietante. Respiraba agitada, como si una emoción excitante comenzara a recorrerme como una corriente eléctrica.

Se levantó con elegancia, con una mano detrás de la espalda y con la otra sujetando el cigarrillo. Era tan irresistible, que las piernas me temblaban de emoción, casi estaba a punto de caer y tuve que apoyarme contra la puerta. Se acercó a mí, hasta ponerse muy de cerca, casi podía escuchar sus calmados latidos. Me echó el humo en cara y oler extasiada su perfume, mezcla de menta y tabaco. Me acarició la cara con suavidad y me invitó a recostarme en la cama junto a él...

Estaba muerta de miedo y confusa. Solo era una niña y él un hombre. Estaba complentamente rigidez, él apagó su cigarro en un cenicero que había en su mesita de noche. Se tumbó a mi lado sobre su hombro derecho y me miró con deseo...

El primer encuentro...

Solo era una inocente niña de quince años, cuando bajaba corriendo la calle embutida en mi uniforme de colegiala huérfana, huyendo de la represión y la moralidad victoriana de aquellos tiempos; de las bofetadas de las maestras, la regla golpeando los congelados nudillos cada mañana, los castigos contra la pared, las húmedas sábanas de mi cama, las gachas heladas, con las que no te apetece hacer otra cosa con ellas sino es jugar a removerla con la cucharita, y en algún descuido de las hermanas, coger un poco, elevarlo y dejarlo caer sobre su misma masa...Las duchas de agua fría si acaso, o los madrugones a las cuatro y media o las cinco de la mañana, con lo que yo adoro dormir... Dormir eternemante porque así podía soñar con lugares mejores, donde nadie me regaraña, despreciara o maltratara... No me acuerdo muy de como escapé, la cuestión era que aquel encuentro me marcó definitivamente.

Tenía mucho frío...Llovía como de costumbre en Londres, pero la veradad es que no me importó hasta que el la humedad me congelara los huesos y tuviera que pararme y cobijarme bajo la cornisa de un edificio, temblequeando y castañeando a la vez los dientes...Cerraba los ojos con fuerza, me abrazaba a mi misma para intentar aprovechar al máximo el escaso calor que quedaba en mi menudo cuerpo, con lsa ropas pegadas y cayendo pesadas como piedras...Deseaba en aquel momento arrancarme las ropas y esconderme bajo una alcantarilla, como una salvaje vagar entre ratas y suciedad, como sintiéndome segura allá abajo de que nunca me encontraría y finalemente me dieran por muerta o raptada por una Madame para prostituirme...

Entonces alcé la mirada un momento, pués sentí la presencia de alguien justo delante mía...Me asusté al ver aquella figura enorme y desgarbada, embutida en su capa, con un paraguas y sombrero sobre la cabeza, un puro en la boca, en la que de vez en cuando se encendían unas ligeras ascuas rojas llamativas, entre el entorno gris y oscuro que nos rodeaba...Gracias a las ascuas podía ver aquella penetrante mirada de grandes ojos azules... me sentía estúpida y me encogí aún más en mí misma...

Me agarró por un brazo y me apretó contra su cuerpo, comenzamos a andar bajo la lluvia, con pasos apresurados alborotaban a los charchos que se formaban entre los adoquines de las calles. Tenía miedo, pues temía que aquel hombre pudiera hacerme algo. Entonces, subimos unas escaleras hacia un portal, que parecía ser del de un barrio residencial y pronto noté en mi cuerpo el goce del calor de un hogar mientras allá fuera la lluvia caía sin cesar.

Mi botas embarradas no hacían más que ensuciar la preciosa alfombra que protegía al suelo de madera. Permanecí inmóbil desde mi altura mientras veía como aquel hombre tan alto dejaba a una sirvienta todos sus ropajes de calle y después se agachaba para desabrocharme las botas. Me sonrrojé cuando una sensación placentera me recorrió desde mi vientre hasta mi nuca, notando el tibio aliento de aquel hombre sobre mis frías medias, penetrando en mi piel, como si su boca estuviese a punto de acercarse aún más a ella y recorriera hacia arriba, agarrándose en mis faldas...Suspiré por la nariz y me agarré a mis misma con fuerza si cabía la posibilidad...

Cuando me quitó los zapatos pidió a la sirvienta que me acompañara a una habitación para cambiarme, pues podría coger una pulmonía si seguía tal como estaba. Con cara aún de pánico, fuí arrastrada por la sirvienta escaleras arriba sin apartar la mirada de aquel hombre que se encontraba de perfil, mostrando su nariz curva, los labios finos ocultos bajo un áspero bigote, la barbilla orgullosa y redonda...Rasgos tan suaves como contundentes eran la prominente nariz...Parecía extranjero. Su visión desapareció bruscamente tras el techo que había encima de las escaleras, que sustituían al caballero por el paisaje de las infinitas escaleras que descendían hacia abajo...